Cuando uno se presenta
ante una película como esta lo lógico es pensar en un biopic en toda regla
sobre la princesa Diana, esperando quizá conocer detalles sobre cómo llegó a
ser heredera al trono o sobre sus discrepancias con la Reina de Inglaterra, a
la postre su suegra, viniéndonos a la mente grandes biografías cinematográficas
como pueden ser las magníficas Chaplin,
Gandhi, Nixon o Gran bola de fuego
(sobre el genial Jerry Lee Lewis) -incluso podríamos meter en esta lista la
reciente y maravillosa El mayordomo-.
Luego nos enteramos de que solo trata un episodio concreto de la vida de Lady
Di, pero no pasa nada. Ya nos sabemos su vida y ejemplos de biografías
episódicas también hay unas cuantas, como Nixon
contra Frost, Mi semana con Marilyn
o (también de este año y también excelente) Rush.
Además es de esos films con el clásico slogan en el cartel que reza: "de la ganadora de un Oscar..." y
con un director de prestigio (que ya realizó El hundimiento, otro gran biopic episódico
centrado en las últimas horas de vida de Hitler). Pero, lamentablemente, la
unión de Oliver Hirschbiegel y Naomi Watts no bastan para salvar este
despropósito de película cuya cosa más amable que se le puede decir es que es
soporíferamente aburrida.
La trama arranca con la
muerte de la princesa y su ¿prometido? Al-Fayed en París para retroceder
entonces dos años y explicarnos cómo llegó a esa situación. A partir de ahí son
muchos los caminos que se abrían ante el director por los que podría optar, y
sin duda cualquiera de ellos habría sido interesante. Podría haberse convertido
Diana en un drama romántico a raíz de su relación con el doctor Khan, una
intriga palaciega centrada en sus desavenencias con la reina y su divorcio con
el príncipe heredero, o incluso una crónica social con denuncia incluida en
relación a la responsabilidad del acoso de los paparazzis en su accidente
mortal. Pero ninguna de esas opciones son acordes con lo que Hirschbiegel nos
va a mostrar en pantalla, una especie de crónica rosa que bien podría ser un
documental de la revista Hello (o su contrapartida española Hola) en la que
sólo falta Anne Inartiburu como maestra de ceremonias. Así además lo ha
entendido la distribuidora en España, que fiel al poco sentido del ridículo que
tenemos en este país ha decidido traducir los nombres de algunos protagonistas
tal y como hace la prensa rosa de manera chabacana y sonrojante, de manera que
la princesa es llamada Diana, como suena en lugar de Daiana, y su marido es Carlos en lugar de Charles, aunque no han
tenido narices de saber castellanizar a Hasnat Khan o a Dodi Al-Fayed.
Pensando quizá que
escarbar en una historia poco conocida como el romance de Diana con un cirujano
cardiovascular era suficientemente interesante para permitirse prescindir de un
guion de empaque alrededor de esta película con alma de telefilm que se lo juega
todo a una sola baza en forma de su interprete, la excelente protagonista de Lo imposible, que aquí fracasa
estrepitosamente en su transformación en Diana, limitándose a un maquillaje
poco afortunado (se consideraba a Diana una de las mujeres más atractivas de la
época, pero esta Diana no solo es mucho menos guapa que la princesa real sino
que consigue ser también mucho menos guapa que la propia Naomi Watts, ver para
creer) y a una insistente inclinación de cabeza exageradamente forzada, algo
que recuerda a los ridículos andares de Aston Kutcher como única arma para
mimetizarse en Steve Jobs.
La dama de
hierro era una mala película, pero al menos Meryl Streep conseguía transformarse
totalmente en Margarita, perdón, Margaret Thatcher, mientras que Watts nunca
consigue que veamos a Diana en pantalla, sino a una mera actriz interpretando.
Diana
pretende ser la historia de un gran amor, pero solo consigue que veamos la
relación entre un egoísta e inexpresivo médico -insulso Naveen Andrews (todos te
preferimos como torturador, Sayid)- y una princesa histérica y acosadora; un
romance que más bien parece protagonizado por jovenzuelos de instituto. Y para
colmo tienen la indecencia de insinuar que la madre del médico espantapájaros
este es la culpable indirecta de la muerte de la princesa por no dar su
aprobación a la relación.
En mi opinión la película
habla de todo (ambición, egoísmo, cobardía, obsesión) excepto de amor, y lo
hace de una forma tan plana y desdibujada que no se puede encontrar en ella el mínimo
punto de interés, más cuando los propios productores quieren huir del efectismo
más facilón y nos escamotean las escenas del accidente o el funeral con Elton
John en plan estelar, lo cual, aunque lo tengamos todos grabado ya en nuestra
memoria, nos habría despertado al menos momentáneamente.
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