Por
fin ha sucedido. Lo que los chavales llevamos más de veinte años esperando (y
mientras, sin darnos cuenta, nos hemos convertido en cuarentones) se ha hecho realidad.
Schwarzenegger y Stallone (Arnie y Sly los llamábamos, que ya eran como de la
familia) han hecho al fin una peli juntos.
Bueno,
sí, ya coincidían dos minutos en Los
Mercenarios y algo más (no mucho) en Los
Mercenarios 2, pero eso no cuenta, ¿no? Eso eran fiestas de jubilados, que
son como la feria de abril, que si no tienes invitación te pierdes lo mejor. Y
además, con tanto amiguete por ahí metido el subidón de ver a ellos dos juntos
se deslucía un poco.
Ahora
sí. Por fin, después de tanto tiempo soñando con un Rambo versus Depredador
(sí, cuando uno es joven el concepto bizarro es algo maravilloso) o con Terminator cantándole la pana al Juez Dreed, ha llegado el momento de que
los dos musculosos del celuloide más famosos de la historia compartan
chascarrillos y puñetazos a lo grande.
Para
la ocasión han elegido a un director sueco (no sé si será una broma privada del
austriaco, eso de trabajar con un director de nombre más difícil de escribir
que el suyo propio), un tal Jan Mikael Håfström, que lo mejorcito que tiene en
su filmografía era ese petardazo de 1408
(o como aburrir adaptando a Stephen King), pero que –seamos realistas- es lo de
menos. Nadie se va a fijar en él, o al menos en lo bueno. Porque cagadas de
racord –gafas que no deberían llevar puestas, helicópteros que desaparecen…)
hay unas cuantas.
La
excusa para juntar a estos dos armarios roperos (para cuyos cuerpos no parecen
pasar los años; sus rostros ya son otra cosa) es una aventura carcelaria, de
las que el italoamericano ya sabe bastante (pasó por las mismas penurias en Encerrado y durante buena parte de Tango y Cash, ¿será que le va la
marcha?) y será por eso que es quien lleva el peso de la película, cediendo a
un ligero segundo plano a Arnie. Ray Breslin (Stallone) se dedica a fugarse de
cárceles de máxima seguridad para comprobar así sus deficiencias, pero esta vez
parece haber dado con un hueso demasiado duro de roer. Alguien le ha tendido
una trampa y todos los protocolos son violados cuando es enviado a una prisión
en paradero desconocido sin que ni siquiera sus compañeros de equipo (Amy Ryan
y 50 Cent) sepan dónde se encuentra. Y allí es donde entra en juego Emil
Rottmayer (Schwarzenegger) otro preso con quien hará buenas migas y que juntos
planearán la huida (con un tercer preso en discordia, Faran Tahir).
Persecuciones,
engaños, trampas, traiciones, sorpresas, dramas familiares del pasado,
violencia, mucha testoterona y demasiados tópicos es lo que nos espera en Plan de escape, un reencuentro entre dos
viejos amigos que quizá llega demasiado tarde. Tras el fracaso de sus últimas
películas por separado, la divertida El Último
desafío y la más floja (aunque con el antaño prestigioso Walter Hill a los
mandos) Una bala en la cabeza, esta
será la prueba de fuego para dos dinosaurios que se niegan a ser extinguidos o convertirse
en carne de Reality o películas de poca monta como les ocurre a sus compañeros
de correrías Seagal y Van Damme.
Los
ochenta ya pasaron y solo el público puede decidir si deben volver o no.
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