Cuando
se anunció que comenzaba a rodarse una adaptación de la exitosa novela de Noah
Gordon, El médico, que ha vendido más
de veinte millones de copias en todo el mundo, cabría suponer que los fans se
pondrían como locos, criticando las elecciones de casting o alabando los
supuestos aciertos.
Sin
embargo, no sé si por tratarse de una película alemana y no americana (aunque
filmada en inglés y con aire de superproducción), el film se ha estrenado con
más pena que gloria, con una publicidad paupérrima y en menos salas de lo
esperado, por más que la fecha elegida sea propicia para una película de carácter
histórico como la que nos ocupa.
Dejando
de lado la odiosa comparativa con la novela, El médico es una magnífica recreación de la sociedad de la Edad
Media (Londres en su inicio, Persia el resto del film) con la excusa de un
joven huérfano que comienza trabajando como ayudante de un barbero (mezcla de
charlatán y matasanos) que decide emprender un viaje por medio mundo para
conocer a Ibn Sina, quien se supone es el mejor médico del mundo, con la esperanza
de poder aprender de él algo de medicina “de verdad”.
Con
unos toques fantásticos que a mi entender deslucen la obra (¿de verdad lo
considerabas necesario, Gordon?), El
médico no solo es la historia de la madurez (mental y espiritual) de este
joven capaz de cambiar incluso de Fe por conseguir su objetivo, y de sus
aventuras y enamoramientos por el camino. Es, además, una reflexión sobre la
codicia política (eso de que el poder corrompe viene de lejos) y los peligros
de la religión mal entendida.
Dirigida
con brío por Philipp Stölzl, prácticamente un desconocido hasta la fecha, todo
el peso de la película (150 minutos que no se hacen para nada largos) cae sobre
las espaldas del joven Tom Payne, que acepta la responsabilidad y cumple con
creces, sabiendo pasar de la ternura al odio en una fracción de segundo sin
caer en la caricatura ni perdiendo credibilidad. Junto a él, dos veteranos
lucen con luz propia, Stellan Skarsgård, magnífico, y Ben Kingsley, que por fin
puede volver a demostrar lo gran actor que es después de su polémica
interpretación de el mandarín en Iron man
3 y su plano paso por Los juegos de
Ender.
Stölzl
compone una película épica, de hermosa fotografía y grandes confrontaciones,
que bien podrían recordar a las grandes producciones que Estados Unidos parece
haber olvidado como hacer, destilando grandiosidad sin necesidad de caer en
digitalizaciones exageradas que acaban por sacar al espectador de la historia.
Interesante,
emocionante, divertida y dramática a partes iguales, bien interpretada y mejor
dirigida, con una subtrama romántica que en ningún momento obstaculiza a la
narración, no encuentro ningún pero con que señalar a esta historia que,
además, invita a reflexionar sobre la intransigencia religiosa y a disfrutar de
los (escasos) momentos de paz y cordialidad entre judíos, musulmanes y un
cristiano infiltrado.
La iré a ver con más ganas aún si cabe después de leer esta buena crítica! ;)
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