Adaptando
libremente la colección de libros infantiles de Dav Pilkey, Capitán Calzoncillos es una nueva
película de animación de Dreamworks, apenas unos meses después del éxito de El bebé jefazo.
Con
una imaginación desbordante y un sentido del humor muy básico pero efectivo, el
director David Soren ha sabido captar la esencia de las historias originales
para concebir un producto que a simple vista puede ser muy infantil, con
chistes de pedos y culos y robots gigantes en forma de wáter, pero que
analizadas desde el prisma de un adulto contiene un mensaje en defensa del
poder de la imaginación y de la capacidad de reírse de cualquier cosa (ambas
características que tienden a perderse conforme uno se va acercando a la edad
adulta).
La
película arranca con la amistad de dos niños que se evaden de la apatía que
define a su instituto (dirigido con mano de hierro por un tirano amargado y
cascarrabias) gracias a los comics que ellos mismos confeccionan, uno como
guionista y el otro como dibujante, basados en un superhéroe llamado El Capitán
Calzoncillos. Con esta premisa, es presumible que estamos ante una parodia del
cine de superhéroes que tanto abunda hoy en día, pero más allá de eso, es esta
una anárquica película sobre la amistad y la diversión definida con un
surrealismo que parece heredado de productos como Bob Esponja y similares.
El
Capitán Calzoncillos, ese alter ego forzado del director de escuela, es en
realidad una vía de escape a los problemas y responsabilidades de la madurez.
Tal y como Peter Parker elude los problemas de su vida privada y se vuelve un
chistoso con solo ponerse la máscara de Spiderman, este peculiar superhéroe
muestra la cara más amable de un tipo con ínfulas de villano que sirve como
parábola de la necesidad de liberación y libertinaje de una sociedad marcada
por el desencanto.
Capitán Calzoncillos, además, juega con las reglas de la animación, no
solo por el metalenguaje que crea al contar una historia dentro de la historia
sino por confluir en su interior diversos estilos visuales (todos ellos
falsificados por la digitalización, eso sí), como es la animación tradicional,
el stop motion o incluso las marionetas.
Puede
que en su nada sutil mensaje no encontremos la profundidad de las obras más
sesudas de Pixar (esto va de chistes de pedos, insisto), pero la película es
suficientemente autoconsciente como para ser un divertimento nada banal y una
sucesión de chistes tan estúpidos en su mayoría que uno no tiene más remedio que
terminar por desternillarse.
Valoración:
Siete sobre diez.
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