miércoles, 21 de junio de 2017

SEÑOR, DAME PACIENCIA, insustancial estampa veraniega.

En ningún momento ha tratado el director Álvaro Díaz Lorenzo de disimular la influencia de comedias familiares francesas como Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho? para la confección de Señor, dame paciencia, pero también se notan demasiado las sombras de las chanzas sobre tópicos regionales propios de Ocho apellidos vascos y su secuela o el conflicto intergeneracional entre padres y yernos que tan bien funcionaba en la reciente Es por tu bien.
Con toda esta amalgama de conceptos, Díaz Lorenzo ha construido una comedia muy blanca y bienintencionada, de esas de bonitos paisajes y bucólicas puestas de sol que recuerda, por momentos, a un anuncio veraniego de cerveza. Jordi Sánchez es un madridista de pura cepa, muy nacionalista y tradicional, que contempla con estupor el mayor temor de cualquier padre: que sus retoños se desmadren y abandonen el nido acompañados de los menos adecuados compañeros de viaje. Así, sus hijas Sandra y Alicia están enamoradas, respectivamente, de un catalán del Barça y de un perroflauta sin ambiciones ni futuro, mientras que el único hijo varón, Carlos, resulta ser gay y estar planificando su boda con un vasco de origen senegalés. Toda una estampa tan dispar como absurda.
María, la madre, es el pegamento de esta familia en frágil equilibrio, y tras su muerte todo podría romperse definitivamente si no fuese por su última voluntad de ser incinerada y que sus cenizas se arrojen en Sanlúcar de Barrameda en compañía de todos los integrantes del hogar familiar.
En su arranque, donde más abundan los tópicos y las gracietas culturales, sobre todo entre madrileños y catalanes (ya sea por el idioma, el futbol o la independencia), los chistes se amontonan de manera que pueden llegar a resultar hasta divertidos, pero tras la muerte del personaje de Rossy de Palma, la cosa empieza a ponerse seria y el humor se diluye entre la arena de la playa. Jordi Sánchez, un gran cómico (catalán, para más datos), se pasa más tiempo llorando que haciendo reír, y en su mirada cargada de lágrimas se refleja el espíritu de una película que merecía más gamberrismo y menos trascendencia.
Al final, Señor, dame paciencia no es más que una sucesión de caras bonitas, paisajes más bonitos aún y música resultona. No hay nada en la película de Álvaro Díaz Lorenzo que resulte ingenioso ni novedoso y, como en tantas otras comedias del montón, los mejores (y casi únicos) gags cabe encontrarlos en el mismo tráiler. Tampoco es que las interpretaciones ayuden demasiado, no sé si por falta de calidad o por falta de convicción, aunque el recurso de utilizar a David Guapo para un papel relativamente protagonista en un intento de repetir la carambola de Dani Rovira les ha salido rana.
En fin, comedia de verano, aunque demasiado triste y amarga que se puede disfrutar como postal vacacional de Sanlúcar y poco más. Se pueden ver las buenas intenciones y el intento de contagiar el buen rollo (que no debería haberlo, ya he dicho que es todo demasiado blanco) al espectador, pero con buenos propósitos no se rellena una película.

Valoración: Cinco sobre diez.

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