Aprovechando
que el fin de semana pasado fue algo pobre en cuanto a estrenos relevantes,
debido por un lado a la afectación de la huelga de actores de doblaje y por
otro a la celebración de la final de la Champions League de fútbol, he
aprovechado para recuperar alguna de esas películas que se me pasaron en su
momento y que algún cine ha tenido a bien recuperar antes de su inminente
aparición en formato doméstico.
Y
la primera de ellas ha sido ni más ni menos que la flamante ganadora del Oscar
a la mejor película extranjera, la iraní El viajante, de Asghar Farhadi, director que ya había ganado el Oscar con Nader y Simin, una separación y que ha dado el salto internacional con El pasado.
Resulta
curioso el detalle de que una de las grandes olvidadas en esta categoría entre
las nominadas fuese precisamente Elle,
de Paul Verhoeven (para mí merecedora no solo de figurar entre las cinco
finalistas, sino de haberse llevado el premio final), ya que ambas comparten el
mismo punto de partida: la agresión a una mujer y la manera de enfrentarse a
ello. En su desarrollo, sin embargo, Verhoeven y Farhadi no pueden ser más
opuestos, y si el holandés apuesta por el humor negro y la mala baba dejando
que todo el peso cayese en la mujer agredida, en el caso que nos ocupa es el
marido quien más refleja el dolor por lo sucedido (por ahí anda latente el
sentimiento de culpa) y quien va a decidir tomar cartas en el asunto, aunque
sea tomándose la justicia por su mano (como hiciera, aunque en este caso ante
un secuestro, Hugh Jackman en la también estupenda Prisioneros de Denis Villenauve).
Por
más que estemos ante una película iraní, la historia de Farhadi (un drama con
tintes de thriller) tiene un aire muy occidental, evidenciado ante la
admiración que el protagonista (profesor en una escuela y actor aficionado)
siente por los textos de Arthur Miller. Precisamente es la representación de la
función Muerte de un viajante (el
protagonista interpreta al viajante, de ahí el título del film) una trama
paralela que sirve como excusa para mostrar la evolución de los protagonistas
alrededor del miedo, el dolor y la misma indignación.
Aún
con el retrato que Farhadi hace de la sociedad iraní, su historia es
completamente universal, amparándose en unos impecables trabajos
interpretativos de Shahab Hosseini y Taraneh Alidoosti que manejan la historia
a su antojo evolucionando del odio y la indefensión hacia la venganza y, quizá,
incluso el perdón, con un desenlace que deja al espectador con una sensación de
vacío que es, a fin de cuentas, lo que suele suceder con la propia realidad.
Valoración:
Siete sobre diez.
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