Película
de corte independiente y bajo presupuesto que posiblemente no habría tenido
ninguna repercusión (y tampoco es que haya tenido mucha) de nos ser por la
presencia de un actor tan solvente como carismático: Kevin Bacon.
La
película, una de las que agradaron en el pasado festival de Sitges, cuenta la
historia de dos granujillas que se han escapado de casa para correr aventuras
por el bosque y que encuentran, aparentemente abandonado, un coche de policía.
Ni cortos ni perezosos, deciden quedarse con él, ante la desesperación del
sheriff local, un policía que, estando interpretado por Bacon, no os sorprende
que esconda un turbio secreto.
La
película es totalmente sencilla, evidenciando sus pocos medios, pero con una
elegante puesta en escena y un guion suficientemente hábil como para permitir
que los niños protagonistas no lleguen a resultar cargantes y que sus acciones,
por más que sean absurdas y ridículas, parezcan totalmente creíbles para su
edad. Ayuda en ello, desde luego, el buen trabajo de los niños actores, los
cuales ya empiezan a labrarse una prometedora carrera en Hollywood (si la
maldición Culkin no los destruye por el camino).
Aunque
comienza como un thiller simpático, la película rezuma un humor negro bastante
insano que recuerda vagamente a las historias de la América profunda de los
Coen. Sin demostrar demasiado cariño hacia sus personajes, el realizador y
guionista Jon Watts (que sin apenas experiencia en largometrajes ya ha sido
anunciado como director del nuevo reboot de Spiderman)
presenta una road movie de paisajes áridos cargada de muy mala baba que se
disfruta como un placer inconfesable y en el que, sin llegar a provocar
verdadera angustia por los críos, el final se presagia incómodo y sangriento.
Una
gamberrada por todo lo alto de fácil digestión.
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