Aunque
tenía pensado terminar el año de comentarios con Fahrenheit 451, por aquello de cerrar el círculo y acabar con el
mismo director con el que empezamos, preferí adelantarla al mes pasado para dar
un toque navideño a la sección.
Esta
no es exactamente una recomendación para el blog como tal, sino una insistencia
constante por parte de mi amigo Sergio que no podía creer que no hubiese visto
nunca esta comedia romántica de Richard Curtis que él mismo definía como el “Qué bello es vivir” de nuestra
generación.
No
creo que las comparativas con el clásico de Frank Capra sea válido ya que
aquella era una película de claro espíritu navideño y revisionado obligatorio
en estas fechas, mientras que, aunque la acción de Love Actually sea también en la previa de la Navidad, su mensaje
está más centrado en el amor que en el sentimiento navideño y que, canciones
aparte, podría haber funcionado igual de bien de haberse ambientado en
cualquier otra época del año.
Escrita
por el propio Curtis, Love Actually
es una colección de historias, alguna más interesante que otra, que se
entrecruzarán en ocasiones para ofrecernos diversas historias románticas con un
toque humorístico muy británico. Curtis, que debutaba como director con esta
película, tenía un amplio bagaje como guionista, principalmente en el terreno
televisivo y para mayor gracia de Rowan Atkinson, habiendo elaborado también el
libreto de Nothing Hill o El diario de Bridget Jones, lo cual hacía
casi obligatorio que en su debut tras las cámaras contara con la presencia de
Atkinson y de Hugh Grant, principales baluartes del humor absurdo y de la
comedia romántica de Gran Bretaña, respectivamente.
Sin
duda, lo que más destaca de Love Actually
es su reparto, una colección de estrellas casi irrepetible que, además, ha
ganado glamour con el paso de los años. Aparte de los ya mencionados el cartel
destacaba la presencia de algunos clásicos del género como Alan Rickman, Colin
Firth o Emma Thompson, además de a un Liam Neeson que todavía no era
considerado un héroe de acción, Keira Knightley recién salida de Piratas del Caribe, Laura Linney o la
menos conocida Martine McCutcheon. Hasta aquí los nombres que aparecían en el
poster, pero mucha atención a los que nos podemos encontrar en papeles igual de
destacados o más: Martin Freeman (uno de los actores de moda gracias a las
series Sherlock y Fargo y a la trilogía de El Hobbit), Chiwetel Ejiofor (nominado
al Oscar por 12 años de esclavitud y
una de las nuevas caras para la Fase Tres de Marvel), Andrew Lincoln (protagonista
principal de la exitosa The Walking Dead),
Thomas Brodie-Sangster (uno de los protagonistas de la saga El corredor del laberinto aparte de
haberse colado modo cameo en Star Wars:
El despertar de la Fuerza), Rodrigo Santoro (mucho antes de convertirse en
el Xerxes de 300 o de pasearse por Perdidos)… y eso centrándonos en
personajes principales, que también están los simples cameos de gente como
Billy Bob Thornton, January Jones o Elisha Cuthbert.
Estrellas
aparte, la conjunción de historias funciona a la perfección, consiguiendo
enternecer y emocionar sin abandonar nunca el toque cómico que impida que
decaiga en la ñoñería. Cuenta con el típico inconveniente de que no todas las
historias que se presentan funcionan igual de bien, pero al menos están suficientemente
diversificadas para que ninguna llegue a desmerecer la obra.
Como
comentario aparte, habría que destacar que esta película es, sin duda, la
referencia más evidente para la reciente Barcelona,
nit d´hivern, donde Dani de la Orden copia sin complejos el esquema y el
espíritu (escena final en el aeropuerto incluida) aunque consiguiendo una obra
final más divertida aún.
Con
momentos impagables como los que protagoniza el rockero pasado de vueltas o el
enfrentamiento entre los presidentes americano y británico hacen de esta
película una joyita muy disfrutable que, aunque como ya he dicho, no sea
obligatoria ver en navidad sí es muy recomendable revisionar en estas fechas.
Es
una buena aportación a iluminar unos días donde apetece disfrutar de buenos
sentimientos y finales felices, aunque algunos abusen del almíbar.
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