Todo
el mundo sabe que, según la leyenda, cuando un niño se ha portado bien a lo largo
del año en Navidad recibe la visita de Santa Claus (o Papá Noel, o San Nicolás,
llámenlo como quieran) y este les recompensará con regalos. Pero existe otra
leyenda oriunda de Los Alpes menos conocida que hacer referencia a un espíritu
demoníaco que es el reverso tenebroso del simpático gordito al que todos
conocemos y que en navidad se dedica a castigar a los niños que han sido malos,
llegando incluso a llevarse con él a los niños más conflictivos.
Cuando
con semejante premisa se anunció una película Made in Hollywood resultaba inevitable
pensar en ese experimento excesivo y grotesco que fue El Grinch de Ron Howard sobre otro personaje navideño negativo,
pero afortunadamente, las diferencias entre ambos son abismales. Cierto es que
los americanos han adaptado ligeramente la tradición del Krampus para
extrapolarlo a aquellos niños que han perdido su espíritu navideño (algo mucho
más ambiguo y espiritual, propio de tierras yanquis), pero la esencia final de
este Krampus es bastante fiel a las leyendas austríacas y que la iglesia trató
de censurar.
Otro
detalle que a priori puede desconcertar es el reparto: con Adam Scott y Toni Collete
a la cabeza y David Koechner , Allison Tolman y Conchata Ferrer secundándolos,
era fácil pensar que estábamos ante la típica comedia navideña de cada año,
aunque los carteles y algunas imágenes previas invitaban a pensar en un film de
terror. ¿Qué nos podemos encontrar, pues, en este Krampus americano?
Pues
no lo voy a negar, el tema va de comedia. Pero una comedia muy muy negra,
aterradora por momentos. Casi una gamberrada perpetrada por Michael Dougherty,
director de Truco o trato y
coguionista de varias películas de Superman
y X-men, que se inspira directamente
en el cine más ochentero ara ofrecernos una película para toda la familia pero
con muy mala baba que puede recordar a títulos como Gremlins o Poltergeist.
Además,
para rematar la faena, Dougherty evita el uso de efectos digitales, recurriendo
a marionetas y animatronics de toda la vida, con lo que ofrece un tono intencionadamente
cutre pero delicioso a la película, un delirio con galletas de jengibre asesinas,
cajas sorpresa amenazantes o payasos aterradores (bueno, en el fondo todos los
payasos son aterradores, ¿no?)
En
definitiva, una broma macabra muy bien concebida que arranca como aparente (y
tópica) denuncia al capitalismo navideño (esas peleas en las jugueterías
remiten, por ejemplo, a Un padre en apuros) para derivar en un festival del
terror muy cachondo y gamberro. Recomendable, pues, para todos los públicos
excepto niños demasiado impresionables.
Y
el final, lo que más miedo me daba mientras disfrutaba de la proyección,
redondo.
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