Pocas
cosas podrían causarme más interés que ver al director Ron Howard y al actor
Chris Hemsworth trabajar juntos de nuevo tras la magnífica Rush, y más si es una historia de aventura y épica con ballenas
gigantes de por medio. Sin embargo, sin ser una mala película, algo parece
haber fallado en la concepción de esta obra que no logra desprender el aroma de
leyenda que pretendía.
Dividida
en dos partes muy diferenciadas (sin contar los interludios en los que el único
superviviente de la historia cuenta su versión de los hechos en modo flasback),
la película narra la historia real del Essex, un ballenero que naufragó en 1920
en el Pacífico sur debido al ataque de una enorme ballena albina. La historia
de ese naufragio fue la semilla que inspiró la obra Moby Dick, de Herman Melville.
Como
digo, la película tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera, nos
encontramos ante una aventura marina muy en la línea de Rebelión a bordo o La
tormenta perfecta donde parece que
los puntos de vista contrapuestos entre el capitán George Pollard Jr. (Benjamin
Walker) y el primer oficial Owen Chase (Hemsworth) van a ser el punto de
interés principal. Es aquí conde la película se torna más espectacular con las
escenas de caza de ballenas y el desafío de las terribles tormentas oceánicas.
En la segunda parte, la película se convierte en un relato de supervivencia,
con dejes de Viven o La vida de Pi donde se describe el
periplo de los náufragos por sobrevivir. Algo parecido a lo que pasaba en la
interesante Invencible de Angelina
Jolie, pero al revés.
El
problema radica en que Howard cuenta con un reparto muy coral con el que jugar,
pero al que no es capaz de sacar todo su jugo. La lucha de egos entre Pollard y
Chase prácticamente desaparece junto a los restos del ballenero y el resto de
los tripulantes no tienen suficiente personalidad como para que nos llegue a
emocionar sus destinos más allá (por eso de ser caras reconocibles) de los interpretados
por Tom Holland y Cilliam Murphy.
Más
allá de eso, que impide que esta sea la gran epopeya que Howard pretende, la
película es un buen entretenimiento, una aventura con aroma clásico y que, en
los momentos en los que interviene el cachalote, recuerdan a un film de terror.
Se desaprovecha, quizás, el gran potencial que la monstruosa criatura podría
llegar a tener (y más si contamos con que se ha estrenado en 3D), pero no tenemos
más remedio que conformarnos con lo que Howard ha podido o sabido hacer.
Completan
el reparto Brendan Gleeson y un omnipresente Ben Whishaw (con el estreno este
mismo viernes de Sufragistas y la
permanencia de Spectre tendrá tres
títulos en cartelera), a los que hay que añadir una brevísima aparición de
nuestro Jordi Mollá.
El
resultado final puede saber a poco, sí, y no voy a sacar razones de donde no
las hay para defenderla, pero tampoco es de recibo apedrearla como lo está
haciendo en muchos altavoces cinéfilos. Está muy lejos de ser la gran película
que se prometía, pero es una buena oportunidad para conocer una aterradora
historia real que fue fuente de inspiración a una de las obras cumbres del
siglo XX. Conformémonos con eso.
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