John
Erick Dowdle es un guionista y realizador cimentado en el terreno del terror y
lo sobrenatural. Tras películas como Quarentine
(el remake americano de REC), La trampa del mal y Así en la tierra como en el infierno , Dowdle quiere cambiar
totalmente de estilo con una fábula política con denuncia corporativa incluida
en la que una familia recién aterrizada en un indeterminado país del sudeste
asiático es sorprendido por un violento golpe de estado al que sigue una
violencia callejera y una persecución implacable a los extranjeros en el que el
protagonista deberá hacer lo impensable por proteger a su mujer e hijas.
Con
un algo rechinante Owen Wilson como protagonista (no es la primera vez que el
actor se aleja de la comedia, pero sigue costando verlo en un papel tan
dramático), acompañado por Lake Bell (actriz también curtida a base de
comedias) y con la participación de un Pierce Brosnan que sigue encarnando al
héroe de acción seductor e inconformista como era su Bond o, más recientemente,
su Devereaux (La conspiración de
noviembre), la película es una correcta propuesta de acción, con tintes
dramáticos, llega de persecuciones y tiroteos bastante bien filmados. Patina
quizá en el punto crítico, donde la denuncia contra las mega corporaciones
capitalistas que exprimen a los países pobres para robarles sus reservas
naturales queda demasiado difuminada entre tanto fuego de artificio.
He
comenzado resaltando, sin embargo, los orígenes “terroríficos” del director
porque no podía evitar, viendo los momentos de la revuelta, pensar en una
película sobre un apocalipsis zombie, con Wilson y su familia corriendo
desesperados por los pasillos de su hotel mientras a su alrededor se producen
violentas matanzas y tratando de llegar a la azotea como hicieran Brad Pitt y
su propia familia en Guerra Mundial Z (de hecho, ambas películas comparten actriz infantil). Una curiosa sensación que me acompañó
durante la primera mitad del film.
Finalmente,
sin ser nada rompedor que vaya a sentar cátedra en la historia del cine, Golpe de estado resulta entretenida y
frenética, sin alcanzar los desvaríos adrenalíticos tan propios del cine de
acción actual pero cayendo en algún omento en ciertos excesos que obligan a
saltos de fe por parte del espectador.
Cine
de consumo disfrazado de intenciones más formales.
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