Sufragistas cuentan un episodio de nuestra historia relativamente
actual que no ha sido muy frecuentado en el cine: la lucha de la Unión Nacional
de Sociedades de Sufragio Femenino (NUWSS) por defender los derechos de las
mujeres en la Gran Bretaña de principios del siglo XX, siendo el derecho al
voto una de sus principales reivindicaciones. Solo por ello, la historia ya merece
un cierto interés.
Fue
Emmeline Pankhurst una de las principales cabezas visibles de las Sufragistas,
principalmente como fuente inspiradora de las mujeres de clase obrera que se
rebelaron contra la sociedad mediante actos cada vez más agresivos, aunque en
la película, interpretada por Meryl Streep, apenas aparece en escena unos pocos
minutos (y empiezo a cansarme ya de esas aportaciones de la Streep convertidas
en simples cameos que el cartel promocional convierte en protagonista). Otra
mujer clave en la resolución final (no creo que nadie me acuse de hacer un
spoiler si digo que actualmente las mujeres pueden votar en Gran Bretaña) fue Emily
Wilding Davison, a la que da vida Natalie Press, un personaje de gran
relevancia en el tercer acto de la misma pero que permanecía como aparente secundario
en gran parte del metraje. Y es que la directora Sarah Gavron y la guionista
Abi Morgan han preferido inventarse a unos personajes (principalmente Maud
Watts y Edith Ellyn, que si bien están ligeramente inspirados en personajes
auténticos no son más que dramatizaciones imaginadas) para dar forma de drama a
uno de los muchos grupos de lucha en favor a la igualdad que se produjeron en esa
época. Y ese es el principal error de la película.
Con
una narración anodina y carente de ritmo, con más semejanzas al melodrama
televisivo que a la historia de pasión y superación cinematográfica a la que
aspira, Sufragistas es un relato
terriblemente plano, incapaz de emocionar pese a que tiene multitud de secuencias que invitan a
ello ni donde sus dos protagonistas femeninas (Carey Mulligan y Helena Bonham Carter) consiguen transmitir lo
necesario para creer en su lucha ni ideales.
Al
menos el gran Brendan Gleeson (cuyo hijo está arrasando en taquilla –también como
secundario, eso sí- con Star Wars,
película que va a hacer que esta Sufragistas caigan en el olvido en cuestión de días) cumple con sus silencios
cargados de significado y miradas turbadoras, mientras que cierra el casting un
Ben Whishaw que por más que desde El perfume no ha logrado un papel de
relevancia por lo menos es capaz de colarse en todo tipo de producción, consiguiendo
en la actualidad (gracias a Spectre y
En el corazón del mar) tener tres
películas en cartel.
Por
cierto, y solo a modo anecdótico: el título original es Suffragette, ya que en
la historia de la lucha por los derechos de la mujer hubo dos grupos
ligeramente diferenciados por su manera de enfocar las cosas: las sufragistas,
bastante más moderadas, y las sufragetes,
claramente contundentes y bastante más activas. Está claro que quien tradujo el
título al español no conocía este dato.
Por
consiguiente, película decepcionante y muy aburrida, para nada a la altura de
la importancia de lo que relata, que probablemente no merecería siquiera el
aprobado de no ser por la necesidad de conocer la realidad de esas mujeres
consideradas inferiores a los hombres y el primer paso que dieron hacia la
igualdad, por más que sea una realidad maquillada.
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