Extraña
coproducción entre España, Estados Unidos y Francia con un reparto tan
internacional como rechinante, Altamira iba a ser originalmente un documental y prueba de ello es su ritmo irregular y
la dirección plana de un veterano como Hugh Hudson que más allá de Carros de fuego no ha hecho apenas nada
destacable.
Con
Antonio Banderas (tan solvente como siempre) como gran valedor, el film narra
el descubrimiento de las pinturas rupestres en la cueva de Altamira y como la
autentificación de las mismas supuso un cisma entre ciencia y religión (la
fecha en la que se calculaba que fueron realizadas ponía en entredicho la
teoría de Adán y Eva) e incluso entre los propios científicos (tampoco las
fechas cuadraban demasiado bien con lo que se sabía entonces sobre la
evolución, siendo los propios seguidores de Darwin quienes dudaron del
hallazgo.
Marcelino
Sanz de Sautuola y, sobre todo, su hija de ocho años, María, fueron los
descubridores de las pinturas en una época convulsa donde la pugna entre ciencia
y fe estaba en su máximo apogeo, representada incluso en el propio matrimonio
Sanz.
Sin
entrar en spoilers sobre el argumento, la historia nos cuenta que Marcelino
Sanz fue ridiculizado por la comunidad científica y no fue hasta catorce años
después de su muerte que recibió el reconocimiento merecido. Curiosamente, su
hija María (la otra gran protagonista de la película, interpretada por Allegra
Allen a los ocho años e Irene Escolar en su edad adulta) es la bisabuela del
fallecido empresario Emilio Botín y precisamente su hija Lucrecia es la
principal productora de la película.
Una
historia interesante y una Santander que luce de maravilla, con esa belleza
natural tan propia de la costa cantábrica, el reparto es lo más desconcertante
de todo, con el británico Rupert Everett (irreconocible) interpretando a un
monseñor, la iraní Golshifteh Farahani haciendo de Conchita, la mujer de
Marcelino y presencias tan extrañas como la de Javivi o Maryam d’Abo, la que
fuera Chica Bond allá por el 87.
Extraño
popurrí que no ayuda en nada a una historia que no termina nunca de arrancar y
que termina siendo un mero spot sobre las cuevas (actualmente cerradas al
público) con momentos oníricos (esas pesadillas de la pequeña María) que
entorpecen y donde, aparte del paisaje y la reivindicación histórica del
personaje, el noble esfuerzo de Banderas por sacar adelante su personaje
resulta algo estéril por culpa de un guion flojo y un director inexistente.
Aun
así, aunque solo sea por conocer la historia de uno de los tesoros nacionales,
podría valer ya la pena.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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