Dirigida
por Jon Favreau (Iron man), esta
nueva adaptación de El libro de la Selva
pertenece a ese reciente interés de Disney de crear adaptaciones en imagen real
de sus obras animadas clásicas, tal y como sucediera con Alicia en el País de las Maravillas o Maléfica, que daba un punto de vista diferente a La Bella Durmiente (y en breve nos
llegará un film en imagen real de Dumbo).
No
se trata, como se podría imaginar, de una nueva adaptación de la obra de Kipling,
sino de una traslación casi literal de la propia adaptación Disney de 1967, con
cambios sutiles más estéticos que narrativos, de la que ya se ha anunciado una
secuela y que, debido a que los derechos de la novela son libres, contará con
otra adaptación el año que viene de la mano de Andy Serkis en su debut como
director.
Poco
se puede comentar de una película que no esconde ninguna sorpresa en su
interior y que ofrece exactamente lo que prometía, trasladar a imagen real (es
un decir, pues excepto el niño que interpreta a Mowgli lo demás es todo
digital) las aventuras del niño abandonado en la Selva de la India y criado por
una manada de lobos. De nuevo tenemos la protección de la pantera Bagheera, la
amistad con el oso Baloo, la incierta amenaza de la serpiente Kaa –esta con una
aparición más breve que en el film animado- y el enfrentamiento con el
sanguinario tigre Shere Khan, todos ellos interpretados en su versión original
por grandes figuras de la actuación (Ben Kingsley, Bill Murray, Scarlett Johansson
e Idris Elba respectivamente). Sin apenas nada que aportar en su historia (algo
más de oscuridad y violencia), la verdadera esencia de su película está en su
prodigio técnico. La recreación de los animales de la película es casi perfecta
y contienen una expresividad y viveza milagrosa.
Tampoco está nada mal el trabajo tras las cámaras de Favreau, un director que vuelve al cine de las superproducciones tras el batacazo de Cowboys & Aliens, que pese a algún momento en su primera mitad en la que el ritmo amenaza con descontrolársele consigue saldar con éxito el metraje final, dotando a la película de la emoción y espectacularidad que exigía la historia.
Tampoco está nada mal el trabajo tras las cámaras de Favreau, un director que vuelve al cine de las superproducciones tras el batacazo de Cowboys & Aliens, que pese a algún momento en su primera mitad en la que el ritmo amenaza con descontrolársele consigue saldar con éxito el metraje final, dotando a la película de la emoción y espectacularidad que exigía la historia.
Podría
ser, puestos a buscar cosas negativas, la parte correspondiente a King Louie (a
quien pone voz Christopher Walken). Parece ser que cuando en la obra de Kipling,
que pretendía ser una fábula bastante fidedigna con los paisajes de su India
natal, se describía a un grupo de monos bastante anárquicos, en Disney crearon
la figura de ese orangután amante del jazz que pretende conseguir el secreto
del fuego para ser aún más poderoso, pese a que esa especie animal no es
original de la India. En esta nueva versión, puestos a echarle imaginación, han
sustituido al orangután por un gigantopithecus,
una especie desaparecida hace millones de años pero que sí habitó esa zona del
sudeste asiático. El resultado es una especia de King Kong de segunda que rompe
con la sensación de realismo que impregnaba la película y que, además, tiene un
desenlace visual relativamente similar al que llegará posteriormente con Shere
Khan, aparte de ser el único momento (el resto son melodías muy bien insertadas
que rememoran el film original) en el que un animal se pone a cantar sin ton ni
son. Toda la escena es fallida y desluce la magnificencia del resto, por más
que se olvida pronto permitiendo reconducirse con facilidad la historia.
En
resumen, un buen entretenimiento, espectacular en su realización técnica, con
suficiente espíritu aventurero para convencer a grandes y pequeños por igual.
Valoración:
Siete sobre diez.
Yo no la he visto es buena?
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