De
nuevo una semana más, como ya me sucediera con Kiki, el amor se hace, me acerco al cine a ver una película
española con cierta desconfianza. Y una vez más, salgo de la misma gratamente
sorprendido. Y no porque la temática de Julieta me produjera resquemor, ni mucho menos, sino por el infausto recuerdo que tengo
de la última película de Almodóvar, esos espantosos Amantes pasajeros herederos del humor más vulgar y vergonzoso de
nuestra filmografía.
Está
claro que Almodóvar lleva unos años mucho más inspirado cuando crea melodramas
(siempre con un cierto aroma al Hollywood crepuscular con Douglas Sirk como
principal referente) que en la comedia.
Julieta, además, se sostiene firme sobre la intensa
interpretación de sus dos protagonistas, unas Adriana Ugalte y Emma Suárez que
dan vida al mismo personaje en dos etapas diferentes de su vida.
Aun
con toques muy sutiles de humor, Julieta
es la historia de la dolorosa relación entre una madre y una hija, explorando
el manchego el terreno de la incomunicación y el distanciamiento emocional y
plasmando en imágenes el dolor de forma magistral.
No es Julieta una película redonda, desaprovechando algunas analogías que
podrían haber dado mucho juego (el distanciamiento entre Julieta y su padre es
debido a una situación muy parecida a la que ha vivido ella misma con el padre
de su hija, por ejemplo, aunque ello no repercute en la trama, como si no fuese
más que algo casual), pero acierta en dar el tiempo justo en pantalla a cada
actriz, consiguiendo que las escenas de flashbacks correspondientes a Ugalte no
rompan el ritmo narrativo del presente de Suárez y viceversa.
Tiene
Julieta todos los síntomas propios de
su director, pero a la vez es posiblemente la película menos almodovariana de
su filmografía, como si, consciente del mal sabor de boca que dejó su última
película (y el enfrentamiento de críticos que provocó la anterior, La piel que
habito, que a mí me apasionó), hubiese decidido dar un golpe sobre la mesa y
demostrar que todavía tiene mucho que contar, desgranando con su eficacia
habitual los recovecos femeninos e implicando emocionalmente al espectador, que
sentirá a Julieta como parte de ellos mismos.
Me
resulta curioso, además, el juego que Almodóvar propone desde el primer
momento, apoyado en la música de su fiel Alberto Iglesias, que invita a pensar
que la película va por el terreno del thriller. Algo hay en el desconcierto de
los primeros planos que nos hacen sospechar que algo está a punto de torcerse,
y aunque no sea éste el camino elegido ayuda en gran medida a mantener la
intensidad dramática. Julieta es
triste, dolorosa y sensible, pero se disfruta como un chocolate amargo cuyo
sabor permanece en nuestro recuerdo durante mucho tiempo.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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