Confieso
que entré en la sala a ver Kiki, el amorse hace con ciertos reparos, sin saber exactamente con qué me iba a
encontrar. Todavía no creo que Paco León haya demostrado ser un gran director
con sus dos “experimentos” en homenaje a su madre Carmina,
por lo que verlo enfrentándose a una película “de verdad” se planteaba como un
gran desafío, y más con una base argumental tan peliaguda como pretender hacer
una comedia sobre sexo que, sobre el papel, podría ser más apropiada para
alguien como Almodóvar que para un novato como León.
Sin
embargo, una vez vista la película, Kiki,
el amor se hace se ha convertido en un verdadero descubrimiento. Con un
protagonismo coral repartido en diversas historias que más que entrecruzarse se
rozan a duras penas, un elenco de actores muy interesante y las filias sexuales
más extrañas que pueden existir (y existen, esa es la gracia), la película es
una sucesión de gags desternillantes, capaces de arrancar la carcajada como
pocas veces he presenciado en el cine en mucho tiempo, capaz de reflejar las
relaciones sexuales con tanta naturalidad como buen gusto (aunque hay que
reconocer que en los momentos más poéticos visualmente hablando abusa un poco
del tópico con muy poca sutilidad).
Naturalmente,
pasa lo que pasa siempre con las historias corales, que siempre hay alguna
historia que funciona mejor que la otra y cada espectador tendrá su preferida
mientras que le puede sobrar alguna otra, aunque personalmente considero que la
media está muy bien equilibrada y que ninguna llega a desentonar con respecto a
otra.
La
dacrifilia (excitación mediante las lágrimas), elifilia (atracción sexual por
ciertos tejidos), somnofilia (desear sexo con alguien dormido), harpaxofilia
(excitación sexual en momentos de violencia, como un atraco), triolismo (el
gusto por el sexo en grupo) son las cinco filias que abordan las cinco parejas
protagonistas. Inspirada en la película australiana The Little death, de Josh Lawson, Fernando Pérez y el propio Paco León
han configurado un guion casi perfecto, que eludiendo la vulgaridad y midiendo
muy bien los escasos aunque necesarios desnudos del film se atreven a hurgar
con humor en temas peliagudos (y no me refiero solo a los sexuales), sin
pasarse en ningún momento de la raya ni resultar ofensivos pese al humor negro
(muy negro) que riega constantemente la película.
El
reparto está espléndido, algo habitual en Natalia de Molina, Belén Cuesta,
Candela Peña o Alexandra Jiménez, pero con grandes trabajos también de Luis
Callejo, Álex García, David Mora, Luis Bermejo, Ana Katz, Mari Paz Sayago,
Maite Sandoval o, por supuesto, Paco León.
Mantiene
León el tono naturalista que destacaba en las dos entregas de Carmina, incrementado por el detalle de
que la mayoría de los personajes comparten nombre de pila con sus intérpretes,
pero definitivamente el sevillano se corona como un gran director y compone una
película brillante, divertidísima e imprescindible para aprender a acometer
riesgos y salir triunfante de ellos. Y es que, como el mismo director dijo en
la presentación, no hay que tener miedo de hablar de sexo. Al fin y al cabo,
todos venimos de un kiki, ¿no?
Valoración:
Ocho sobre diez.
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