Aunque
pueda ser de sobras conocida la historia de Jesse Owens, el atleta de color que
batió varios record (robando, de paso, la gloria aria) en las Olimpiadas de
Berlín de 1936 delante del mismísimo Hitler, su relato es tan cinematográfico
que merecía sin duda una nueva versión fílmica.
Además,
El héroe de Berlín (y vale que todos
sepamos cómo va a terminar la cosa, pero tampoco hacía falta que nos lo contaran
ya en el título en español, ¿no?) no va, en realidad, sobre un atleta que
consigue triunfar, como tantas otras películas deportivas, sino que se hace eco
de todo el ruido racial que había a su alrededor en una época que pudo estar
marcada por el odio racial nazi hacia los negros y los judíos pero cuya
discriminación podía sentir Owens en su propia casa.
Efectivamente,
dejando en entredicho si es cierto o no que Hitler le negara el saludo después
de conseguir los respectivos Oros olímpicos, lo que de verdad dolió a Owens fue
que fuese su propio Presidente quien no lo invitara nunca a la Casa Blanca ni
le mandara un simple telegrama de felicitación.
Estamos,
pues, ante una película que describe el inicio de la carrera deportiva
(relativamente fugaz, por otro lado) de este campeón olímpico pero recogiendo
muy bien la sociedad que lo rodeaba, donde el aparente progresismo de los
americanos no conseguían ocultar sus mentalidades discriminatorias según las
cuales considerar a un negro como alguien inferior era terriblemente cotidiano.
El héroe de Berlín, protagonizada por el joven Stephan James, se centra
bastante en la relación del deportista con su entrenador, un correcto Jason
Sudeikis que si bien mantiene algunos de sus tics como comediante logra
componer con suficiente eficacia un papel poco propicio, a priori, para sus
cualidades interpretativas.
Es
complicado asegurar hasta qué punto todo lo narrado en la película (dirigida
por Stephen Hopkins, otro que parece fuera de su terreno habitual) es
totalmente acorde con la realidad o ha sido edulcorado en pos de la historia.
Si están confirmadas algunas anécdotas como la amistad de Owens con el alemán Carl
'Luz' Long, la obligación de entrar por la puerta de servicio al hotel Waldorf
a una cena que se hacía en su honor o la
incertidumbre de si Estados Unidos participaría en los llamados “Juegos de
Hitler” o si los boicotearía (subtrama protagonizada por William Hurt y un
acartonado Jeremy Irons). Lo que sí se intuye es que algunos personajes han quedado
bastante edulcorados, como el propio Avery Brundage al que pone rostro Irons,
(más criticado por su dudosa moralidad de lo que refleja el film) o la
directora de cine Leni Riefenstahl (Carice van Houten, Melisandre en Juego de Tronos), realizadora de la
película propagandística Olympia,
bastante más fiel al régimen de lo que se da a entender aquí (tampoco se insinúa,
más allá de un leve episodio de infidelidad, los posibles defectos del propio
Owens, demasiado idealizado).
Concesiones,
no obstante, que se pueden aceptar sin que perjudiquen al mensaje final de la
película, que aúna el espíritu de superación con la igualdad racial y que se
atreve, por lo menos, a prolongar el racismo previo a la Segunda Guerra Mundial
hasta los propios Estados Unidos.
Valoración:
Siete sobre diez.
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