sábado, 8 de enero de 2022

Reflexiones: EL DÍA EN QUE UNA ARAÑA SALVÓ AL CINE (Parte uno)

Obligaciones varias me han impedido dedicarme al blog tanto como me gustaría, y aunque ya hace un par de años que dejé de elaborar las típicas listas sobre lo mejor y lo peor del año, me gusta de vez en cuando escribir alguna reflexión alejada de lo que son reseñas de películas o series propiamente dichas. Ese fue, de hecho, la razón del cambio de nombre de hace ya un tiempo, cuando El panda cinéfilo se convirtió en Las cosas del Panda y esto debía convertirse casi en el blog de un escritor más que en un foro de cine. Como veis, al final el cambio no ha sido tanto.

El caso es que una de las reflexiones que quería haber escrito a mediados de noviembre y que, como muchas otras han quedado en el tintero, era sobre mi previsión de que el cine, que había quedado muy tocado durante la pandemia (de eso sí que llegué a hablar en su momento), solo tenía una posibilidad de sobrevivir al miedo de los espectadores y al asentamiento de las plataformas digitales. Y eso sin contar con la inestimable participación de las propias productoras, que tienen ocurrencias tan poco comprensibles como estrenar sus películas en cines y plataformas a la vez, propiciando fracasos como los de Viuda Negra o Dune. Por no hablar de títulos que directamente han sido ignorados por el gran público, como Chaos Walking, El Escuadrón Suicida, El último duelo, Última noche en el Soho, Wonder Woman 84… Y no es solo una cuestión de calidad, pues otros títulos de dudosa enjundia como Fast&Furious 9 o Venom: Habrá matanza han conseguido, al menos, salvar los papeles.

Por ello, parecía claro que el mundo del cine necesitaba un bombazo que funcionara como puñetazo encima de la mesa, un éxito que invitara al público a volver a las salas y que empecemos a dejar atrás considerar recaudaciones medianas de alrededor de cuatrocientos millones de dólares como grandes éxitos. Y esa película que debería salvar al cine no es otra que Spiderman: No way home, no solo porque Marvel es (casi) siempre una garantía de éxito sino porque las diversas filtraciones (no todas ellas reales) dejaban las expectativas por las nubes. Por ello, cualquier cosa que no fuese una taquilla superior a los mil millones de dólares podría suponer el último clavo en el ataúd de los cines. En el momento de escribir estas líneas, la película de Jon Watts roza los 1.400 millones y aún no se ha estrenado en países como China.

Consagrada ya como el éxito del año y, de seguir así, codearse con los títulos del top ten (sin pandemias ni gaitas), es hora de repasar si al final, la película que nos ha devuelto al cine es merecedora de su logro o no. Y, casi un mes después de su estreno, ya es momento de poder hablar de ella sin cortarse un pelo.

Por ello, os aviso de que vais a encontrareis spoilers de Spiderman: No way home de aquí en adelante. Si por lo que sea no la habéis visto aún, os remito a mi reseña sin spoilers.

Lo primero que llama la atención, más allá de la extraña, caótica pero efectiva campaña publicitaria, es su guion, firmado por Chris McKenna y Erik Sommers, responsables de toda la saga del Spider-man de Holland, aparte de Ant-Man y la Avispa. Si por un lado la narrativa es totalmente absurda y, por momentos ridícula, con decisiones tomadas por los protagonistas difíciles de entender, villanos que cambian de parecer de un momento a otro y situaciones marcadas más por la necesidad que por la lógica, por otro lado contiene el mejor tratamiento de personajes visto en una película palomitera en mucho tiempo. Las interacciones entre los tres Peters (sí, aquí tenéis el primer spoiler) es impecable a la par que desternillante, y logra elevar el concepto de fan service a cotas inimaginables.

Es mérito del guion el conseguir que la participación del Spiderman de Andrew Garfield y el de Tobey Maguire sean funcionales, consiguiendo rememorar sus antiguos roles sin que el paso del tiempo chirríe demasiado, convirtiendo la película en una especie de reencuentro del espectador con unos viejos amigos a los que tenía ya perdidos en el tiempo (veinte años han pasado desde que Maguire se pusiera por primera vez el traje azulgrana).

Con la mente maestra de Kevin Feige detrás de todo, la película parece tener dos objetivos claros: por un lado, finalizar la evolución del Peter Paker de Holland, con lo que estamos, sobre todo a partir del segundo tercio del film, en la película más oscura y dramática de la trilogía. Si bien he comentado en el pasado que este es mi Spider-man favorito, continúa ligeramente alejado del Spidey de los comics, por lo menos en su versión más canónica. Su pertenencia al MCU y su relación con Los Vengadores, en concreto con Tony Stark, suponía una losa que, hasta ahora parecía insalvable para acercar más al héroe a su versión de los tebeos. Sin embargo, alejado ya del legado de Iron Man, Peter asume al fin la responsabilidad por sus errores y toma las decisiones correctas, incluso a base de enfrentarse a otro vengador, uno tan poderoso como el Dr. Strange. Además, estaba pendiente el tema de saber cómo murió su tío Ben. Ya saben, esa especie de mentor que le otorgó esa lección de vida resumida en la frase de: «todo gran poder conlleva una gran responsabilidad», al que conocemos de los comics y de los Spidermen de Sam Raimi y Marc Webb. Y la respuesta era la más obvia y la que teníamos delante de las narices durante todo el tiempo: puede que este Peter tuviese un tío Ben que muriese asesinado, pero quien ha ejercido como mentora y quien le ha regalado la famosa frase no es más que la tía May de Marisa Tomei, una tía May que provoca el giro de guion que desemboca en la madurez de Peter gracias a que la película hace algo que ni siquiera en los comics se han atrevido a hacer: matándola (nota friki: en realidad, la tía May sí murió en los comics, pero poco tiempo después decidieron «deshacer» esa muerte y decir que quien murió fue otra persona).

El segundo propósito que Marvel parece tener con respecto a esta película es deshacer los muchos problemas que tenían las películas del arácnido hechas por Sony en solitario. Detalles como la escena en la que Willem Dafoe destroza la horrorosa máscara del Duende Verde, la eliminación de la pigmentación azul enel rostro de Electro o las burlas hacia el Rinho mecanizado son solo algunos ejemplos de ello. La película de Jon Watters se mete en muchos jardines, y de todos ellos sale victorioso.

Quizá no sea la película más emocionante de Marvel (en lo que acción se refiere), pese a contar con una escena final brutal, casi demasiado oscura como para ser admisible en una película supuestamente infantil (y es que compite a niveles de violencia con la pelea final entre Stark y Steve Rogers en Civil War), pero sí de las más emotivas, teniendo en la caída de MJ al vacío un momento tan estremecedor como la propia muerte de tía May. Esto sirve, además, para continuar la historia del Spidey de Amazing Spiderman 2 y cerrar las heridas provocadas por la muerte de Gwen.

Hay pequeñas correcciones, guiños e incluso metalenguaje (como los chistes hacia el dolor de espalda del Spidey de Maguire, las conversaciones sobre los lanzaredes orgánicos de este  o la presentación visual del meme más famoso de la serie de animación).

Y todo ello para conseguir completar el viaje del héroe hacia su maduración, en un desenlace totalmente desligado al resto del MCU y que propicia que, por primera vez, utilice un uniforme calcado al de los comics, en una situación muy similar al Peter cafre y fatalista que concibieron Stan Lee y Steve Ditko, aunque todo hace pensar que lo están encaminando hacia los años universitarios (¿alguien más está pensando en Gwen Stacy y Harry Osborn?) de la etapa de John Romita. Cierto es que el hechizo que lo rompe todo es algo forzado (aquí volvemos a darle vueltas a los problemas de guion), pero por una vez, el fin justifica los medios. Me viene a la mente el caso de Venom, tanto en su película de origen como en su penosa secuela. En ambos, el guion presentaba situaciones casi tan torpes como las de No way home, pero además iban acompañadas de unos personajes horriblemente mal construidos, diálogos espantosos y villanos incomprensibles. En este caso, los errores e guion son simples excusas para alcanzar un objetivo sublime. Es como si estuviésemos ante una película pensada para niños de diez o doce años, con la salvedad de que tiene el mérito de conseguir que cualquier espectador, ya sea treintañero, cuarentón o incluso de los que ya pintan canas (o calvas) se convierta, por un par de horas, en un niño de diez o doce años.

Falta por ver qué nos encontraremos en el futuro del trepamuros (aunque me cuesta creer que Zendaya vaya a desaparecer de la ecuación), aunque lo que parece claro es que va a quedarse en el MCU durante mucho tiempo. De hecho, las dos escenas postcrédito son toda una declaración de intenciones: la primera, por dejar bien claro que el Venom de Tom Hardy pertenece a un universo diferente al del Spider-man de Tom Holland, por lo que es improbable que vayan a cruzar nunca sus pasos (si acaso sí con el de Garfield, si nos creemos los rumores de que va a aparecer en la inminente Morbius). La segunda, porque es en realidad un tráiler de la siguiente película del MCU, Dr. Strange en el Multiverso de la locura, algo muy llamativo si tenemos en cuenta que quien manda aquí, a nivel publicitario, es Sony. Así que el hecho de que ahora ya nadie conozca a Peter Parker y ni siquiera el resto de los Vengadores sepan ya la identidad secreta de Spider-man no debería ser impedimento alguno (de hecho, hay confirmada al menos una aparición de Spidey en otra película ajena a su saga). Y, por cierto, por el contrario de lo que se está diciendo por ahí (y esto que viene a continuación quizá no le interese a aquellos alejados del mundo de los comics, pero no puede evitar soltarlo), esto no es una adaptación del famoso Mefistazo.

Me explico: en los comics, en cierto momento, se dio una situación similar a la que vive Spidey en el MCU: Peter se había desenmascarado y su vida se vuelve bastante complicada. La puntilla la dio un disparo mortal a tía May, por lo que, en una de las decisiones más rocambolescas (y polémicas) de la editorial, Peter decide hacer un pacto con el diablo (que en el Universo Marvel está representado por Mefisto): salvar la vida de tía May a cambio de que su matrimonio con MJ (sí, por aquel entonces estaban casados) cayese en el olvido. Esto supuso el fin de una etapa y en el siguiente episodio nadie conocía la identidad secreta de Peter, amén de la resurrección (también incomprensible) de algún personaje fallecido tiempo atrás. Sin embargo, con el paso del tiempo se buscó una justificación apra todo ello, de manera que la única conexión con Mefisto fue la inicialmente planteada (una vida a cambio de un matrimonio), de manera que la recuperación del secreto de Peter se debió en realidad… ¿lo adivináis? de un hechizo del Dr. Extraño (Strange en la spelículas). Es decir, que por mucho que muchos se pregunten porqué Marvel ha decidido recuperar en cine una de las aventuras más odiadas por los fans, la respuesta es que esto no es, al final, ningún Mefistazo, lo mismo que la decisión de Peter es, aquí, un ejemplo de nobleza y responsabilidad, todo lo contrario que en el comic. Una vez más, la película ha logrado superar al comic.

Añadimos a todo esto unas interpretaciones de primera, cameos sorpresas como el de Matt Murdock (que conecta esta película con la serie de Ojo de Halcón y su recuperado Kingpin) y un ritmo trepidante que impide al espectador darle muchas vueltas a la coherencia del argumento, un uso inteligente (y no gratuito) del concepto del fan service y las gotas de nostalgia justas, y tenemos las respuestas a porqué una película de Spider-man está destinada a salvar al mundo del cine, además de romper por el camino unos cuantos records de taquilla.

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