Anunciada
como uno de los platos fuertes del 2015, Birdman
(o la inesperada virtud de la ignorancia),
es una nueva genialidad del mexicano Alejandro González Iñárritu después de que
su último film, Biutiful, no
terminara de estar a la altura de las expectativas.
Esto
no significa que Iñárritu haya vuelto a sus orígenes, pues Birdman poco o nada tiene que ver con sus Amores perros, 21 gramos
o Babel, todos ellos dramas profundos
donde apenas había espacio para el humor. Birdman
puede ser considerada un drama, por supuesto, pero está tan repleta de
situaciones hilarantes y contiene un humor negro (muy negro) tan brutal que
resulta imposible no reírse a menudo con ella, pese al camino autodestructivo
que vemos emprender a su protagonista.
Michael
Keaton renace de sus cenizas para interpreta a Riggan Thomson, un tipo que bien
podría ser un reflejo de sí mismo, un actor que en los noventa triunfó
encarnando a un superhéroe (cambien el Birdman del título por el Batman de
Burton y todo arreglado) y que ve que ahora que el cine superheróico está más
de moda que nunca (impagables las alusiones a los últimos éxitos de Marvel) se
da cuenta que su tren ya ha partido, decidiendo refugiarse en Broadway, donde
se enfrenta a una obra adaptada, dirigida e interpretada por él mismo (basada
en el relato de Raymond Carver De qué
hablamos cuando hablamos de amor) que le supone una última oportunidad para
demostrar su valía como actor.
Birdman habla, pues, de las últimas oportunidades. Últimas
oportunidades como actor, últimas oportunidades como padre y últimas
oportunidades como ex marido. Y se enfrenta a ello consciente de que Birdman no
sólo es el personaje que más fama y riqueza le ha dado, sino también el que más
le ha quitado. Como en el Fausto de Dante, Birdman es quien ha mercadeado con
el alma de Thompson, dirigiendo sus pasos artísticos y corrompiendo incluso su
propia cordura, con momentos que pueden evocarnos al Cisne negro de Aronofsky.
Quizá
viéndose reflejado en el espejo, Keaton construye un personaje poderoso y débil
a la vez, de tortuosos sentimientos, encerrado en sí mismo y en constante
búsqueda de su propia identidad. Una interpretación magistral que, como con su
alter ego Thompson, nos invita a preguntarnos cómo es posible que un solo personaje
pueda absorber toda una carrera reduciendo su currículo (a nivel popular, me
refiero) a sus dos películas del hombre murciélago y poco más.
A
su alrededor, como en la también inminente Mapa
de la estrellas de David Cronenberg, se encuentra una colección de
personajes perdida en sus propios desvaríos: el actor de teatro mucho más
valorado por la crítica pero casi desconocido para el gran público, la hija con
problemas con la droga, la aspirante a actriz, el amigo y manager… Una gran
familia, esta del teatro, de la que Iñárritu se burla con sutileza, aunque no
con más dureza que sus chanzas hacia la familia del cine.
Es, sin embargo, la crítica especializada contra quien realmente dispara a matar, con un discurso del personaje de Keaton acorralando a la crítica más influyente de Nueva York, que invita a levantarse en mitad de la sala para aplaudir.
Es, sin embargo, la crítica especializada contra quien realmente dispara a matar, con un discurso del personaje de Keaton acorralando a la crítica más influyente de Nueva York, que invita a levantarse en mitad de la sala para aplaudir.
Pero
no sería justo alabar esta película quedándonos tan solo con su guion, pues Alejandro
González Iñárritu parece emular a su colega y compatriota Cuarón en Gravity (película con la que comparte
director de fotografía) al emplear el recurso del plano secuencia, alcanzando
el más difícil todavía al ser capaz de realizar prácticamente toda la película
en un único plano (a nivel visual, claro; técnicamente es evidente que hay
varios cortes, aunque muy bien disimulados), con una sóla pausa, ya llegados al
final, para separar la historia de su epílogo devastador.
Como
para rematar la broma, el prodigioso reparto (todos ellos están estupendos)
está conformado por dos actrices pertenecientes a la renovada moda superheróica
de la que tanto se burlan, Edward “Hulk” Norton y Emma “Gwen Stacy” Stone (esta
chica se las está apañando para estar en todas partes), a los que les compenetran
Naomi Watts y un sorprendentemente formal Zach Galifianakis.
Con
una música atronadora (y por momentos conscientemente molesta) y una imaginación
desbordante, Birdman entremezcla con
inteligencia las tesituras del cine y el teatro, desnudando sus intimidades y
consiguiendo divertir, emocionar, soñar, sufrir y llorar. Todo a la vez. Y
recordarnos, una vez más, que el glamour de Hollywood (o Broadway) no siempre
es tan esplendoroso como parece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario