Recientemente,
un amigo me preguntó cómo es que se hacen películas de terror tan malas, como
si sus productores carecieran del más mínimo criterio o sentido común.
La
respuesta es sencilla: dan dinero. Cuestan cuatro duros y, en apenas un par de
días, recaudan ocho. Normalmente incluso llegan a número uno de taquilla en su
primer fin de semana, aunque en la tercera hayan desaparecido totalmente del
top ten. Y eso lo sabe perfectamente Michael Bay, que será mejor o peor
director, pero como productor no tiene un pelo de tonto.
Ouija se engloba en esta categoría de pelis malas pero baratas a las que no
conviene exigir demasiado. En realidad, era tan poco lo que yo le exigía que
hasta me ha asombrado por los intencionados giros de guion que buscan
sorprender y dotar a la historieta de fantasmas de turno de cierta coherencia
argumental, que para los tiempos que corren para el cine de terror no es moco
de pavo.
De
todas formas, la cosa no da para mucho. Unos chavales jóvenes que se enfrentan
al mal y bla, bla, bla… Una casa maldita que bla, bla, bla… Una persona
internada en un psiquiátrico que tiene respuestas que bla, bla, bla… Nada nuevo
bajo el sol. Actores del montón, sustos provocados por alteraciones musicales y
tópicos a punta pala.
Si,
como en mi caso, se tiene la suerte de ir a verla a un cine con la sala grande
llena de adolescentes que parecen haber pisado un cine por primera vez en su
vida y que saltan angustiados al primer susto, gritando histéricos y llamando
por el móvil a sus padres al terminar la película para que los vengan a buscar
porque no se atreven a ir andando solos hasta casa, pues al menos te permites
echarte unas risas con la inocencia cinematográfica delas nuevas generaciones,
que no tienen ni idea de lo que era ver sufrir de verdad a un grupito de
adolescentes bajo la amenaza de las garras de Freddie, la motosierra de
Letherface o el machete de Jason.
Al
final, cine de entretenimiento de muy bajo nivel, inmerecedor de un aprobado pero
no tan deleznable como cabría esperar (no es peor, por ejemplo, que la insulsa Annabel), que por un momento parece que
podría funcionar mejor como película dramática (se plantea el tema del
suicidio) que de miedo pero que pierde el control sobre si misma a medida que
pretende acelerar el ritmo.
Con
todo, alguna vuelta de tuerca funciona, aunque le sobra el consabido final
tramposo que pretenda dejar mal cuerpo e invitar a una hipotética secuela.
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