En
una época donde todo el mundo cinematográfico tira de noveluchas adolescentes
para atraer a los chavales al cine (y actores de tres al cuarto pero con
cuerpos Danone también ayuda lo suyo), no me parece mal que en España se siga
la corriente y se busque el éxito fácil que si, por otro lado, ayuda a que la
gente joven lea, no seré yo quien me queje.
Lo
que pasa es que mientras en otras partes se adaptan historias de fantasía y
ciencia ficción que, si están bien hechas pueden atraer a un público más homogéneo,
aquí parece apostarse solo por el romanticismo bobalicón y estudiantil que solo
parece interesar al sector femenino. Ya desde la mítica serie de televisión Al salir de clase se veía por donde iban
los tiros en este país, y que hace unos años los pelotazos taquilleros
estuviesen protagonizados por la versión más descamisada de Mario Casas con A tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti explican por qué
incluso cuando se quiere hacer algo de género (y estoy pensando en la serie de
televisión de El Barco) se suele
terminar derivando en maniqueísmo rosa. Este mismo año hemos tenido el ejemplo
de Perdona si te llamo amor, otra almibarada
historia basada en una novela que no estaba del todo mal.
El
problema de este El club de los incomprendidos
es si te enfrentas a ella, como yo, sin saber de qué va la cosa, esperando
encontrar una especie de historia adolescente sobre marginados sociales,
inadaptados, que encuentran un elemento común entre ellos. Pero cuando descubrí
que era casi el único varón de la sala y que la media de edad general no
alcanzaba para sacarse el carnet de conducir, empecé a preocuparme de verdad.
Y
en apariencia, esa es la base de la historia: un grupito de chavales (otra cosa
es la edad que tengan los actores en realidad, que vaya tela también…) que se
sienten solos y forman un club de amigos. Pero bajo esa apariencia de
fragilidad social, de dolor interno y de reflexión social lo que se oculta en
realidad es una insulsa y estúpida historieta de amor, de esas cargadas de
profundas reflexiones como si los adolescentes fuesen los grandes filósofos de
la vida y sus vivencias fueran a ser trascendentales. Sin embargo, no hay la
más mínima reflexión sobre lo que significa ser joven, sobre el momento en que
deben encauzar sus vidas y sobre el futuro que se abre ante ellos (el ejemplo
más tonto es cuando uno de ellos asegura que su sueño es ser director de cine,
pero no hay ni una sola mención más a ese hecho en todo el film: ni rueda
cortos, ni va al cine, ni compra revistas…).
Todos
los buenos propósitos naufragan en una historia de triángulo amoroso del montón
donde las tramas secundarias alrededor del resto de amigos parece molestar, que
muestra una juventud que, lejos de disfrutar de sus mejores años y pasárselo
bien viviendo a tope, se pasa media película lloriqueando, donde el único
personaje que parece saber lo que quiere y entiende que hay que divertirse de
vez en cuando resulta ser el malote de la trama, y cuyo desenlace se huele a
años de distancia. Y es que puede que no supiese de qué iba la peli al llegar
al cine, pero os aseguro que supe como acababa antes de ver media hora de la
misma.
Aburrida,
estúpida y con algunas interpretaciones lamentables, lo único que despertó mi
interés es saber cómo engañaron a actores de la talla de Aitana Sánchez-Gijón,
Raúl Arévalo o Lluis Homar para asomar la cabeza por ahí.
Al
menos, la alegría que no saben reflejar los chicos está en su banda sonora (veintidós
canciones conté). Algo es algo.
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