Siendo
como soy un gran entusiasta de los personajes del gran Ibáñez (en papel, claro)
que me han acompañado durante toda mi infancia e incluso buena parte de mi
juventud, no podéis haceros una idea de lo decepcionado que quedé con aquella
película del 2003 que, bajo la firma del dúo humorístico Gomaespuma, adaptaba en imagen real a los
simpares agentes de información.
Sé
que la peliculilla en cuestión obtuvo buenos resultados en taquilla (en su época
batió el record de torrente, lo que no es poco) y provocó múltiples carcajadas,
pero yo no supe ver en sus protagonistas a mis héroes patrios del tebeo,
rozando en pantallas lo grotesco y esperpéntico. Ni que decir tiene que ya ni
me atreví a acercarme a la secuela (como la mayoría de la gente) y perdí las
esperanzas de ver algún día una buena adaptación.
Ahora,
sin embargo, en pleno auge de los héroes de papel americanos, era absurdo no
apostar por los iconos de casa y tras la más que digna Zipi y Zape y el club de la canica y en espera a la eterna SuperLópez ha sido de nuevo el propio
Javier Fresser quien resucite su saga rindiéndose ante la dificultad de trasladar
adecuadamente al mundo real estos personajes tan dados al humor absurdo y ha
apostado por la animación, una animación, por cierto, excelente y con su
inevitable contrapartida en 3D.
¿Y
qué nos podemos encontrar en esta nueva adaptación? Pues para empezar, mucha
diversión y un ritmo frenético que no concede ni un segundo de respiro, tal y
como ya anunciaba su agotador tráiler. Esta vez sí se apuesta por la esencia
implícita en Mortadelo y Filemón y se puede reconocer a los mismos en pantalla
grande, junto a secundarios impagables como el Súper, Ofelia o el Profesor
Bacterio y un, quizá excesivo, Rompetechos que se apunta (como ya hiciera en
2003) a la fiesta de invitado de honor.
No
todo es perfecto en esta película, desde luego, y es que al pasar unos
personajes de papel a imagen siempre podemos recelar de las voces elegidas para
interpretarlos y en este caso pienso que se abusa tanto de la exageración y la parodia que hay ocasiones en que hay que
realizar un verdadero esfuerzo por entender lo que están diciendo, lo cual
perjudica gravemente el resultado del divertimento. Con todo, la puesta en
escena es impecable y la historia funciona a la perfección, recurriendo a todos
los tics que cabría esperar aunque sin insistir demasiado (curioso me parece)
en la habilidad para disfrazarse de Mortadelo, aunque se reconocen en ella, no obstante, las características del cine de Fresser, como ese gusto por lo grotesco que lo hermana al galo Jean-Pierre Jeunet..
Otra
cosa sería entrar a valorar a quién va dirigida la película, si a cuarentones nostálgicos
que crecimos leyendo sus aventuras en el clásico tomito de Olé o si a un
público infantil que puede que ni conozca (ni le importe) a Mortadelo y Filemón
sin que ello impida que puedan disfrutar igual del film. Soy consciente de que
las nuevas generaciones llegan curadas de espantos y preparadas para todo, pero
ante las continuas críticas que uno acostumbra a escuchar sobre lo poco
adecuado que ciertos dibujos animados son para los niños (desde el Anime hasta
los propios Los Simpsons, sin entrar
a valorar ya apuestas más adultas de la propia Fox) hay que advertir que la
película redunda en el sadismo y la crueldad, llegando a veces a hastiar tanto
maltrato físico que resulta mucho más agresivo en movimiento que en el tebeo.
Mortadelo y Filemón contra Jimmy el
Cachondo es, pues, una divertida y
desquiciante locura para carrozas con añoranza, más centrada en la acción que
en la historia (de hecho, apenas se apuntan los motivos que tiene el tal Jimmy
para odiar tanto a la T.I.A.), con algunos cameos despatarrantes (como ya
acostumbra a hacer Ibañez en sus historietas) pero que puede dejar algo fríos a
los más pequeños, desconocedores de la mitología de la época de Bruguera se
seguramente entenderán el film como un producto de consumo palomitero y rápido
de olvidar en lugar del clásico que aspira a ser y que no escapa de alguna errata, como la escena "onírica" de Filemón que apunta maneras a magistral hasta que Fresser peca de alargarla en exceso haciendo que pierda parte de su sentido, o el uso -en algunos casos desafortunado- de los momentos musicales, afortunadamente breves.
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