Pintaba
bien al principio esta película de terror dirigida a cuatro manos por Juanfer
Andrés y Esteban Roel al amparo de Álex de la Iglesia como director, pero al
igual que en los films más flojos de de la Iglesia, la película arranca muy
bien pero se desinfla completamente al llegar a su tercio final.
Ambientada
en una España de postguerra (aunque prácticamente apenas se sale del interior
de un piso), Musarañas cuanta la
historia de dos hermanas, Montse, la mayor (interpretada por una Macarena Gómez
definitivamente alejada de los papeles de comedia que la hicieron popular en
televisión), atormentada por su pasado y afectada por varias fobias que la
impiden salir de su propio domicilio, y su hermana pequeña (Nadia de Santiago),
que vive con la culpa de haber causado la muerte de su madre durante el parto.
Los
días transcurren lentos y rutinarios en casa de las dos hermanas hasta que
Montse, católica hasta rozar el fanatismo y que entabla conversaciones con su
padre muerto, se ve en la obligación de socorrer a Carlos, el vecino de arriba,
que tiene un accidente en las escaleras y al que acoge secretamente en su casa,
confundiéndose a partir de entonces su rol entre el de enfermera y carcelera.
Con
claras reminiscencias al Misery de
Stephen King, la película arranca con lentitud, construyendo poco a poco los
personajes y permitiéndonos conocerlos bien, pudiéndolos amar u odiar con
apenas tres pinceladas de su carácter e historia, para dar un giro a los acontecimientos
a partir del ecuador de la película (con la entrada en escena de Carolina Bang,
también productora) para entrar en una espiral de acción que no se detendrá
hasta el final de la película.
Lo
malo no es lo irregular del cambio de ritmo, sino la incoherencia de su final
con respecto a cómo nos han hecho entender a los personajes hasta ahora. Y no
me refiero a los esperados giros de guion y descubrimientos sorpresa que no voy
a revelar, sino a la simple reacción de los protagonistas, a la manera en que
se aceptan ciertas situaciones aun contradiciendo las personalidades que nos
habían dibujado sobre ellos, simplemente porque es necesario para el desarrollo
de la historia. Así, el desenlace no parece una consecuencia lógica del avance
de los acontecimientos, sino una imposición del guion que no encuentra un
camino más coherente para alcanzar un final que, aunque sorprende, no es tan
exageradamente impactante como para justificar esto.
Así
toda la claustrofobia y la angustia que estábamos sintiendo desde el arranque
de la trama (desde mucho antes de la entrada en escena de Carlos), se pierde
cuando nos invitan a mirar la pantalla con escepticismo y casi hasta burla.
Una
pena, pues hasta el momento estaba resultando una gran película, pero la torpeza
de sus creadores la condenan a un simple entretenimiento, por más que las
actuaciones femeninas sean extraordinarias y el Carlos de Hugo Silva no
moleste.
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