Lo mejor que puede
decirse de El Hobbit: La batalla de los
cinco ejércitos es que es la última película de la saga. Por fin ha
terminado este chicle estirado que supone el segundo paseo de Peter Jackson por
la Tierra Media y, esperemos (aunque no confiemos), que el último.
El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos no es exactamente una película mala, sus 144 minutos pasan como un
suspiro y su realización técnica es bastante impecable (y digo lo de bastante
porque pese al altísimo nivel que muestra en casi todo momento alguna escenita
de ridículo ajeno también se cuela por ahí). Sin embargo, contiene demasiados
errores conceptuales como para poderla considerar buena y su argumento impide
disfrutarla de manera aislada a sus dos entregas anteriores, mientras que
vistas las tres en su conjunto el resultado es cansino y alargado.
Resulta curioso
que el señor Jackson, que es un buen conocedor de los esquemas básicos del
cine, tal y como demostró en su excesiva pero entretenidísima King Kong, ignora todas las fórmulas
conocidas, no para reinventar conceptos (esto es un blockbuster en toda regla,
que nadie piense en cine de autor, por favor), sino como contagiándose de la
desidia que está provocando entre sus fans (cada nuevo episodio de El Hobbit ha recaudado menos que el
anterior). Y es que, ciertamente, hay momentos del film que parecen realizados
de mala gana, tanto por parte del director neozelandés como por alguno de sus
actores.
No voy a entrar a
valorar si tres películas es un exceso para adaptar un cuento de apenas
trescientas páginas (que también es cierto que carece de las interminables
descripciones y desvaríos de El Señor de
los Anillos, por lo que en proporción contiene más acción que la legendaria
trilogía de Tolkien), pues este es simplemente un punto de partida, y como tal
me vienen a la mente excelentes películas basadas en una simple colección de
cromos (Mars Attack), en un discurso
(In&Out) o incluso otra saga (también
alarmantemente en decadencia) proveniente de un parque de atracciones. Así, es
legítimo que Jackson logre hacer tres películas de El Hobbit, inventando a su antojo para dar más coherencia con
respecto a El Señor de los Anillos, y
rescatando datos y recursos de los Apéndices o de otras obras ambientadas en la
Tierra Media. Así que el problema para mí no está en el qué, sino en el cómo.
Y estos son los
principales errores de Peter Jackson, el señor de la Tierra Media pero al que
yo sigo prefiriendo por sus gamberradas tipo Tu madre se ha comido a mi perro o
Agárrame esos fantasmas:
Para empezar, el
propio Jackson no parece creer en su propuesta. Esto se ve en la fragmentación que
hace de la historia. Los tres bloques deberían estar bien claros, y los
subtítulos de los films así parecen indicarlo: Un viaje inesperado, La
desolación de Smaug y La Batalla de
los Cinco Ejércitos (inicialmente llamada con el subtítulo mucho menos espectacular
de Partida y regreso). Es decir, una
parte para la presentación y viaje de los aventureros hasta las cercanías del
Bosque Negro, una segunda para sus aventuras en Esgaroth, la entrada en Erebor
y el enfrentamiento con el dragón Smaug y una tercera para describir el vacío
de poder en Erebor y la consiguiente batalla por el tesoro de los enanos. Esto,
que sobre el papel parece muy razonable, se lo salta Jackson al final de El Hobbit: La desolación de Smaug para
dejar la historia en suspenso y con un gran cliffhanger que enganche al
espectador de cara a este capítulo final, como temiendo que si cierra su
historia nadie se interesará por la conclusión. Ello plantea que El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos
arranque con mucha fuerza, con el ataque de Smaug a Esgarothpero se ventile el
tema en apenas un cuarto de hora. La muerte del dragón (que tampoco es todo lo
épica e impactante que debería ser) es lo mejor de la película, pero no debería
pertenecer a ella. Es apenas un prólogo que debería haber formado parte del
episodio anterior, propiciando que a partir de ahora todo sea cuesta abajo.
El segundo gran
error de Jackson, visto en toda la saga pero remarcado en este capítulo final,
está en su indefinición sobre el público al que destina la obra. ¿Son películas
infantiles? ¿Dramáticas? ¿Bélicas? El
Señor de los Anillos, sin ser excesivamente sangrienta, estaba claramente
destinada a un público adulto, pero Jackson, quizá pretendiendo ser más fiel a
la referencia literaria, inició su andadura por El Hobbit con un marcado espíritu infantil, tal y como lo era el
cuento de Tolkien. Debió olvidar Jackson que cuando Tolkien compuso El Hobbit no había pensado todavía en El Señor de los Anillos, y eso provocó
que su cambio de estilo en la trilogía posterior esté justificada. Jackson, sin
embargo, insiste en todo momento en demostrar la conexión entre ambas sagas,
haciendo que el cambio de registro chirríe soberanamente. Su El Hobbit: Un viaje inesperado contenía
Trolls bobalicones y parlanchines que no cuadraban demasiado con los vistos en El Señor de los Anillos y los excesos de
detalles “simpáticos” (todavía se me revuelve el estómago cada vez que veo el
trineo tirado por conejos) indicaba claramente un cambio de orientación (pese a
los goteos de oscuridad con el argumento secundario del Nigromante). Pero las críticas
no demasiado positivas le invitaron a declinar esa apuesta y acercarse cada vez
más a sus éxitos pasados, llegando a renunciar en esta tercera película al
espíritu original de su saga (nadie se imaginaría ahora a los enanos cantando) para
convertirse –ahora sí- en una precuela clara de El Señor de los Anillos. Esto provoca que muchos niños se incomoden
ante las escenas de guerra y las muertes de algunos personajes, pero tampoco
sean del agrado de los adultos por ocurrir casi fuera de plano y sin la
necesaria sangre que refuerce el drama (para no entrar en spoilers me remitiré
a la inminente muerte de Smaug, del que ni siquiera se nos muestra el cadáver
caído).
Esta indecisión
genérica nos lleva al tercer gran problema: el guion. O mejor dicho, la falta
del mismo. Suceden muchas cosas en El
Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos, sí, pero desordenadas y carentes
de estructura. Todo es muy precipitado, como planos filmados de manera aislada
uno del otro, sin un recorrido coherente. Tras desaparecer Smaug de la ecuación
se podría decir que toda la película es una simple batalla, sin más giros
argumentales que la aparición de nuevos bandos o los esperados cambios de
parecer de algún miembro del equipo. Si se pudiese evitar el efecto niños, esta
debería ser una obra cargada de política, una lucha por el poder al más puro
estilo Juego de Tronos con una épica
batalla final, pero por miedo a aburrir con traiciones y giros inesperados Jackson
se limita a ofrecer un espectáculo de fuegos artificiales de dos horas de
duración, desordenados pero muy luminosos, sin esforzarse demasiado en las
tramas secundarias abiertas por el camino, como la anticlimática resolución del
tema Nigromante, apenas una excusa para que viejos colegas de rodaje se paseen
por el plató, y sin un final bien explicado y una serie de alianzas que sólo
podemos suponer. ¡Si hasta la batalla definitiva (la que engloba por fin a los
cinco ejércitos del título) sucede fuera de plano! Y eso sin mencionar momentos
de gran ridículo como la aparición del último de los ejércitos, la salida de
los trece enanos de su fortaleza o la forzada conversación entre Thranduil y su
hijo refiriéndose de manera enigmática a un tal montaraz cuyo verdadero nombre
deberá descubrir el propio Legolas (¿quién será?¿quién será?).
Finalmente, temo
que Peter Jackson se haya dejado arrastrar por el efecto Star Wars, algo temido por muchos y que el orondo director no supo
ver. Al igual que la trilogía-precuela de la saga galáctica decepcionó, estando
muy por debajo de la original, vista la colección completa de El Hobbit la sensación es la misma,
copiando casi textualmente los errores de George Lucas, con personajes cómicos
molestos y casi hasta ofensivos (ese Alfrid insoportable podría bien ser la
contrapartida de Jar Jar), guiños y conexiones en ocasiones demasiado forzadas
para no perder nunca de vista la saga inicial (ese Nigromante que termina por convertirse
en el “ojo” de Sauron o el a veces injustificable cameo de personajes de la
anterior saga, mientrasque la Tauriel de Evangeline Lilly cada vez se parece
más físicamente a Arwen) y, sobre todo, en vistas a una mayor comercialidad, la
utilización de recursos visualmente más llamativos y alucinantes que
empequeñecen a los de la “saga madre” pese a que estas ocurran con anterioridad
cronológica. Igual que las naves y los robots de los episodios I, II y III de Star Wars parecían mucho más modernos
que los de los IV, V y VI, los seres y ejércitos que aparecen por aquí son en
ocasiones más amenazadores que los de El
Señor de los Anillos, donde la amenaza se supone mayor, mientras que por
otro lado se abusa de ciertas muertes muy “sencillas”, se derrota con relativa
facilidad a trolls y orcos desvirtuando lo que sucederá (sucedió) en la saga
madre.
Para concluir, El Hobbit: La batalla de los Cinco Ejércitos
es un simple entretenimiento palomitero, una obra que se puede disfrutar en
pantalla grande, que abusa del efecto nostalgia y que emociona a pequeñas
dosis, pero que debes ser olvidada apenas salir de la sala, que no aconseja
segundas revisiones y que, si se juzga como un final a una historia de siete u
ocho horas resulta insuficiente y exasperante.
Peter Jackson ha
perdido parte del crédito que se ganó con los once Oscars de El Retorno del Rey. Veremos si logra
recuperarlo o queda por siempre atrapado en las entrañas de la Tierra Media.
Que más se puede decir... Es tan extensa que ya está todo dicho...
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