Hay
ocasiones en que uno desea tanto ver una película que esta por fuerza termina
por decepcionar y es necesario un segundo visionado para poderla valorar correctamente.
En este caso, sin embargo, eran tan desastrosas las primeras críticas que
habían llegado a mis oídos (y eso que siempre intento evitar escuchar nada de
una película antes de verla, pero en ocasiones resulta imposible) que habían
producido en mí una especie de antihype que me hacía prever un péplum espantoso
y plomizo.
Nada
de eso. Exodus: De Dioses y Reyes es
una gran película, en la línea de los grandes títulos de Ridley Scott, genial
director injustamente vilipendiado por el mero hecho de que realizó dos títulos
tan absolutamente buenos al principio de su carrera que siempre tendrá que
competir contra la sombra de estos.
Probablemente
es principal problema para algunos es que, por más que finjan no haberse dado
cuenta, se trata de una película religiosa, independientemente del disfraz de
épica que la rodea. Para bien o para mal es la adaptación (con ciertas licencias
en las que luego me detendré más tranquilamente) de la historia bíblica de Moisés,
que lidera la liberación del pueblo hebreo por mandato de Dios. Por tanto, todo
aquel que no crea en la existencia de Dios (o simplemente respete a quien lo
haga) difícilmente podrá aceptar la calidad de la película.
El
verdadero defecto de Exodus: De Dioses y
Reyes es su guion, algo endeble y con algunos diálogos realmente malos.
Da
la sensación de que, ante la falta de un contexto histórico real (no hay ningún
hallazgo arqueológico que confirme la existencia de Moisés ni está claro que el
Éxodo se produjese realmente, así como los motivos del mismo) los guionistas
han querido “normalizar” la historia bíblica, como queriendo hacerla más
creíble para los profanos, incluyendo conflictos de intereses entre Moisés y
Dios, la representación divina en forma de niño, la creación de las Tablas de
la Ley de la propia mano de Moisés o incluso una inicial explicación a las
plagas de Egipto ligeramente basadas en un documental de National Geographic.
Siendo Scott un director extremadamente
sobrio, más preocupado por la calidad de sus imágenes (y estas son
espectaculares, como no podía ser menos) que por la solidez de la historia (y
la prueba es su otro gran péplum: Gladiator),
era lógico que esta producción bíblica fuese mucho menos controvertida que la
reciente Noé (qué duda cabe que
Aronofsky es un autor mucho más personal que Scott), aunque sí mejor que
aquella que, siendo también muy espiritual, estaba demasiado adornada por
inspiraciones tolkinianas y tintes culebronescos.
Si
en aquella la gran escena correspondía al diluvio, aquí todo el mundo espera la
secuencia del Mar Rojo, en la que Scott era consciente de que las comparaciones
con su mítica análoga de Los Diez
Mandamientos de DeMille iban a ser inevitables, por lo que busca
distanciarse lo máximo de la misma, consiguiendo una apuesta visual impecable
aunque posiblemente menos espectacular que aquella.
Resulta
curiosos, sin embargo, que en una película de más de dos horas de duración que
noten ciertos huecos argumentales, ciertas elipsis excesivas que quién sabe si
quedaron en la mesa de montaje o simplemente fueron maltratadas en el rodaje
por la precipitación que se dice que hubo en el mismo, motivada por la
imposición de la productora de estrenar antes de fin de año con vistas a entrar
en la pugna por los Oscars.
Es por ello que algunos personajes parecen desaprovechados
(la Tuya interpretada por Sigourney Weaver es el ejemplo más claro) y se echen
en falta historias ligeramente apuntadas (como la de la adoración del falso
ídolo a los pies del monte Sinaí o la llegada de las diez plagas, que son
terriblemente angustiantes pero pasan con relativa rapidez) o simplemente
ignoradas (la expulsión de Moisés de la Tierra Prometida por golpear una piedra
con su vara para conseguir agua o los diversos milagros que realizó durante el
éxodo).
Tampoco
considero que hayan tantos errores de casting como se ha apuntado por ahí,
gustándome el Moisés de Bale (un actor que acostumbra a defraudarme) o incluso
el Ramsés de Edgerton, que en los trailers o fotos promocionales no me encajaba
pero que en pantalla luce muy bien.
Exodus: de Dioses y Reyes tiene secuencias épicas, emoción, drama y está
exquisitamente bien filmada, con un Moisés mucho más humano y atormentado de lo
que cabría suponer por los textos bíblicos, y una recreación hermosa e
impresionante del Antiguo Egipto, en la que algunos podrán encontrar un cierto
abuso del cartón piedra y el ordenador pero que a mí, como me sucediera ya en
la ninguneada Pompeya, me ha
maravillado.
La
última película de Ridley Scott no es una película redonda, pero sí una gran
película. El problema es que no es apta para todo tipo de mentes. Que cada uno
lidie con su problema…
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