Después de que falta de presupuesto y, sobre todo, la falta de aparentes beneficios, provocara que el hombre dejara de mirar hacia las estrellas, parece que en los últimos años la carrera espacial se ha vuelto a reavivar. Y como el cine no deja de ser un reflejo de la realidad, algo similar ocurre en las pantallas, que después de que, salvo honrosas excepciones casi independientes, el género galáctico se relacionara solo con las Space Operas y similares, Gravity volvió a dignificar el género, provocando que prácticamente cada año desde entonces hayamos tenido una aproximación más o menos seria al tema, ya sea con Interstellar, Marte o la Ad Astra que nos ocupa ahora (dejo fuera de esta lista fantasías más livianas como Life o Passengers).

Dirigida por James Gray, la trama tiene muchos paralelismos con la de su anterior película, Z, la ciudad perdida, siendo el personaje de Brad Pitt (que estuvo a punto de quedarse con el papel que luego interpretaría Charlie Hunnam) una versión del propio explorador del Amazonas, pero en un hábitat diferente. Es, por lo tanto, una película intimista, de introspección interior, tal y como aspiraba a ser Interstellar, ya que narra la historia de un astronauta que viaja a lo más recóndito del espacio en busca de un científico desaparecido hace veinte años y al que daban por muerto, pero es, a la vez, un viaje interior en busca de un padre al que nunca llegó a conocer de verdad y cuyas heridas por su abandono continúan abiertas.

No obstante, la factura técnica del film es impecable, y James Gray hace una labor soberbia, consiguiendo que el espacio luzca espectacular y consiguiendo embriagarnos con el deseo de alcanzar límites desconocidos por el hombre, mientras que el reparto raya a excelente nivel, desde un omnipresente Brad Pitt totalmente entregado a la causa hasta unos secundarios de lujo como Tommy Lee Jones, Donald Sutherland (dos que ya eran viejos astronautas en Space Cowboys, de Clint Eastwood) o Ruth Negga (lo de la supuesta recuperación en una gran producción de Liv Tyler debe ser un chiste) a los que solo se les puede reprochar su escaso metraje en pantalla. Es el propio argumento el gran lastre, con una parte de acción que funciona bastante bien (se echa en falta algo más de fantasía visual, que para eso esto es cine) pero cuya carga emocional termina por desinflarse por agotamiento, siendo la supuesta importancia de la relación paternofilial lo más flojo de la propuesta.
Valoración: Siete sobre diez.